Pero había en mí una desolación infinita, la sensación, inexpresable en palabras, de que nada en aquel mundo ligaba, de que todo estaba torcido y que no había ningún ser humano ni uno solo, en quien apoyarse.

Has de dejar de quejarte y de echarte la culpa a ti, al destino y a terceros. Has de tomar de una vez los hechos como tales y no como cambios infinitamente lamentables. Porque tan lamentables no son.

¿Qué queda de la vida si ya no dejamos que las cosas nos lleguen de cerca?

Pero las raíces (…) sólo se pueden arrancar con un pedazo de corazón, ¡y quién quiere que se lo arranquen sabiendo que ya nunca sanará! Sólo cuando está en juego el corazón entero y comienza a actuar el instinto de conservación, prefiere uno dejarse mutilar.

Fue la arrogancia de un hombre que se creía tan seguro del amor de una mujer que no consideraba merecedor de esfuerzo hacerse merecedor de él.